martes, 24 de enero de 2012

Reseña poética al libro de Venancio Neria: La tristeza de Papá Sabino.

Fundirse en la cultura popular, es encender una hoguera en el centro de todas las preguntas. Oír la voz de Dios (Vox populi, vox dei) como lo hace el poeta: “A la milpa doy ofrenda/ flor y oraciones juntas;/ ¿a Dios?, sólo mis preguntas.” Ir hacia dentro de la patria: “Volveré al Mezquital, a la memoria,/ a la capilla donde el santo fijo,/ asomándose un ratito de la Gloria,/ recibirá con un abrazo a su hijo.”

Como “el viento que bendice cuando baja del cerro”, poetizar es aquí palpar lo que nos une, el plebiscito que se refrenda todos los días, la emoción de ser por el hecho de pertenecer, el vale firmado al aire en la más absoluta buena fe, y que en el caso de los mexicanos constituye un orgullo constatar a partir de la propia Carta Fundamental de Derechos que nos mandamos a nosotros mismos, que nadie, ningún Presidente ni legislador ni juez, ha podido enmendar el nombre del verdadero protagonista de México, su política, su literatura y sus leyes, tal como consta en el artículo 39 de la Carta Fundamental de Derechos que nos forjamos los mexicanos, y es el pueblo, ningún legislador ha puesto otra cosa, no bastará un sexenio para tirar esta palabra a la basura, ni sus falsas promesas ni sus falsas victorias, y el pueblo es el que tiene, dentro de sí, y guarda celosamente para sí, su secreto en donde está el verdadero “Paseo para el Calvario. La iglesia enterita”. Entreverarla, darla a conocer es galardón de contados artistas surgidos del corazón del pueblo, a quienes él confía su secreto y por eso no está solo, ni uno ni otro, sino se entienden bien. “No están solos/los que cantan canciones”.

Tal es el caso de Venancio Neria, en su hondo poemario: La tristeza de papá Sabino. La conquista de lo humano como un fin en sí mismo, no como medio de dominación o de poder, la desarrolla el poeta a partir de la familia, línea fronteriza entre el ser y el querer, eso somos nosotros y tales nuestros vínculos.
En el poema “Mä doni”, sienta el valor de la inefable compañera de luz: “En ti se acumularon las buenas noticias”, a Ticuicánitl dice: “Traías manos de amor para el trabajo”, descubre a Martha: “En ti se juntaron todas nuestras oraciones”, evoca a ri kungri: “Amiga, yo no tenía que darle a mis hijos/sino mis lágrimas;/ pero llegaste con un pañuelo en la mano,/ y tras de ti, llegó la esperanza”.

El recuerdo de su hermano Cenovio Neria, le sobreviene en un lugar de la Sierra “Donde Dios puso el olvido derramado en pueblo,/ donde hace valle y el dolor es más que una tonada urgente… Lugar donde el poeta canta su dolor: “Acúsome de tener hambre,/ de estar sediento de regresar a casa,/ de tener miedo, Señor. “Dejamos allá atrás los cuatro ahogados,/ nuestro quimil y muchas lágrimas/ que tomó en prenda de peaje el río Bravo. ‘No porque la tristeza se reparta entre muchos/ nos tocará de a menos’. Ante el recuerdo de su padre, invoca: “Dada,/ Zi Dada,/ estoy parado haciendo orilla en un free way;/ quiero otra vez despeñarme/ entre los brazos de la mujer que escucha mi llamado.” Confiesa: “Soy yo, Padre,/ el que trae el corazón enguishado, / que no puede mirar si no mira su casa, Señor./ Y acentúa: /Soy yo, mi Dios, tu hijo el menor;/ levántate, otra vez estás borracho.”

En el mural que él contempla, la paleta del pintor es solamente un atisbo, nadie como el poema captará a estos seres, en su callado Oficio de encender la noche, por el que indica a la mujer gustada: “loco deambulo a la deriva del mundo/ en la pendiente que hay bajo tu ombligo/ y en esta sed insaciable de comerte a puños.” Frente a este amor de carne al rojo vivo, el amor de las “Coplas desde los Ángeles”, en que el poeta insta a su amada: “Ven y recoge la noche, carga con ella;/ abre los ojos para que se haga la luz,/ dame la redención de tu mirada bella:/ pon entre mis huesos la señal de la cruz.” Esa señal que el poeta aprende a hacer “con los dedos de su pueblo entre las manos”. Bajo la diferencia de culturas, arrecia la nostalgia por el calor familiar: “Madre, mándame en un ayate,/ el aire de mi pueblo y su tibieza;/ una seca con su chile y jitomate,/ y escondida, muy debajo, tu tristeza.”

A Mariana pregunta: “¿A dónde habrán ido las cosas?/ ¿Encima de qué busco tus ojos?/ Más allá, ¿Dónde acaba el ejido?” Uno acaba en pedazos, así dice a Mariana: “…vámonos haciendo pedazos/ para quedarnos en todos lados”. Ya en el poema que da título al libro, “La tristeza de Papá Sabino”, plantea que a él lo trajo “un águila negra”, para espantarle la calentura a Dios, se pregunta “¿quién traiciona a quién?”, y se responde metafóricamente mediante el recurso de la personalización: “Como si pudieran olvidar las aguas,/aquellas aguas que van al mar”. Si el poeta pregunta: “¿Cómo se olvida la piel?”, uno de sus intérpretes, Juan Galván Paulín, lo identifica como alguien capaz de entender “la sabiduría de la tierra incorporada a la piel, a la mirada, para hacerla voz, letra escrita”.

En el poema dedicado a Elena Poniatowska Amor, establece: “Elena,/ ¿de cuántos modos, en Xicotitlán, se dirá tu nombre?” Y la convoca: “Aquí te aguarda un corazón/ abierto entre los filos de octubre…” Inmersa en este mundo poético , que late a partir del corazón del pueblo, Elena reconoce el poder de esta poesía que “sacude nuestra conciencia”, guarda en su corazón testimonio de estos “versos que suenan desde el alma”.

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