Entre los poetas del World Festival of Poetry (2011, Isla Mujeres), se presentó un maestro de
Educación primaria con estudios superiores en psicología: Gilberto Dorantes Álvarez. ¡Qué lección me brindó! Del maestro lo exige
todo la sociedad moderna: entretener pupilos más que Harry Pother, ser estricto
sin deprimir a nadie, evaluado con la máxima nota aun por alumnos
necesariamente reprobados, amén de prometer expectativas laborales que no
dependen de él. Hubiera deseado que rectores de Universidades, de Juntas de
Gobierno impecables y lustrosos, asistieran al Encuentro donde un poeta prestador de
servicios educativos en una escuela de Las Choapas, Veracruz, demostró lo que un maestro, es:
forjador de conciencias.
El maestro descubre en sus semejantes, caminos de amor, sea que
lleven o no al “podio de los
triunfadores”. Abre su libro con el sol
en las manos, tomando entre sus manos un
rayo de sol que lo ilumina hasta la última página. Con él, sostiene que
“hay una inspiración de amor que salva al mundo”, y una calma subyace al fondo
de las penas, a la espera del nuevo
amanecer. La noche cae sobre su pueblo que es todos los pueblos, mas cuando
“el alba rasga la noche, ese pueblo despierta de sus tristezas.”
Una enseñanza dada al amanecer,
cuando el silencio es roto por la luz, y la naturaleza luce imponente, es el
mandato: “¡Aprende a vivir!”, y como el sol que seca la lágrima, el poeta
encomienda a la virtud del hai-kai, restañar las heridas que abre la
existencia: “Camino burdo/ flores maravillosas/ vive la vida”.
Si la elegida del Carmelo canta:
“Vivo sin vivir en mí”, el consumido por un suspiro ahogado en el bullicio de
la realidad, establece: “Pienso sin pensar en mí… amo sin amarme a mí”, y lo
que busca son “las luces del pensar”, más allá del deterioro de los
ecosistemas que aparece desde el poema: “¿Progreso?”, si alguien atardece en el
poemario, es solamente el recuerdo. El
tiempo “chancero”, solamente un remedo porque el tiempo, como dijera el santo
de Hipona, es parte del alma. Pero el poeta que nos ocupa no nació para quedarse
en eso, su vocación es ser “aire de los cerros, brisa refrescante, agua
viajera, arena del desierto, polvo del universo”. Nació para entender las
arrugas de la cara que no son tales, sino “golpes impregnados de viento, peso
de juventud acumulada”, nació para decirle a la mujer amada: “Quiero recorrer
el océano de tu piel/ navegar todos tus mares”, para cantar la amada que retoza encima de su
pecho, y descubrir que amar tiene algo
de hechizo y el poeta es el mago de la realidad o cuando menos su
amante, el que la “sigue en tarde soleada de verano”, como a la luz del sol y a
su reflejo, el lenguaje, con sus palabras que se maquillan a la luz de la luna,
frente a la playa, se pintan en su entarimado de plata danzando por la orilla
del mar…
Esta es la realidad y en ella
están perfumes de la noche que no se
pueden olvidar, un maestro que evoca sus amores para decirle a cada cual: “sé
feliz con los oros que llevas dentro”, y en la que le pedimos lo mismo, que
continúe escribiendo para darnos “los oros que lleva dentro”, no como quien
tuviera la moneda “con que se compra la vida”, sino las palabras más bellas que
han quedado reprimidas, o aquellas a quien el sistema ha sepultado para
permitir que aflore la fealdad dela vida. Las que nombra el poeta como: “Palabras
maniatadas/dormidas en el baúl,/ esperan ser despertadas/como en cuentos de
hadas/ por un príncipe azul”. Aquellas que finalmente constituyen su poesía, de
las que sigue él diciendo: “Palabras, bellas palabras/ no queden en el olvido,
/ y embellezcan al mundo/ cruel donde vivimos”. Porque creemos en sus palabras
que irán como una bendición por el mundo, le pedimos que siga comunicándonos su
mensaje a través de ellas, para que haga verdad el superior adagio que
interpreta: “Nos dejamos educar, de aquellos que nos aman”.
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