martes, 24 de enero de 2012

LA LECCIÓN POÉTICA DE GILBERTO DORANTES

RESEÑA AL LIBRO: Aristas del tiempo, de Gilberto Dorantes Álvarez, Editorial Robles, Coatzacoalcos, Veracruz, 2010.

Entre los poetas del World Festival of Poetry (2011,  Isla Mujeres), se presentó un maestro de Educación primaria con estudios superiores en psicología: Gilberto Dorantes Álvarez. ¡Qué lección me brindó! Del maestro lo exige todo la sociedad moderna: entretener pupilos más que Harry Pother, ser estricto sin deprimir a nadie, evaluado con la máxima nota aun por alumnos necesariamente reprobados, amén de prometer expectativas laborales que no dependen de él. Hubiera deseado que rectores de Universidades, de Juntas de Gobierno impecables y lustrosos, asistieran al  Encuentro donde un poeta prestador de servicios educativos en una escuela de Las Choapas, Veracruz,  demostró lo que un maestro,  es: forjador de conciencias.
El maestro descubre  en sus semejantes, caminos de amor, sea que lleven o no al  “podio de los triunfadores”.  Abre su libro con el sol en las manos, tomando entre sus manos un rayo de sol que lo ilumina hasta la última página. Con él, sostiene que “hay una inspiración de amor que salva al mundo”, y una calma subyace al fondo de las penas, a la espera del nuevo amanecer. La noche cae sobre su pueblo que es todos los pueblos, mas cuando “el alba rasga la noche, ese pueblo despierta de sus tristezas.”
Una enseñanza dada al amanecer, cuando el silencio es roto por la luz, y la naturaleza luce imponente, es el mandato: “¡Aprende a vivir!”, y como el sol que seca la lágrima, el poeta encomienda a la virtud del hai-kai, restañar las heridas que abre la existencia: “Camino burdo/ flores maravillosas/ vive la vida”.
Si la elegida del Carmelo canta: “Vivo sin vivir en mí”, el consumido por un suspiro ahogado en el bullicio de la realidad, establece: “Pienso sin pensar en mí… amo sin amarme a mí”, y lo que busca son “las luces del pensar”, más allá del deterioro de los ecosistemas que aparece desde el poema: “¿Progreso?”, si alguien atardece en el poemario, es solamente el recuerdo.  El tiempo “chancero”, solamente un remedo porque el tiempo, como dijera el santo de Hipona, es parte del alma. Pero el poeta que nos ocupa no nació para quedarse en eso, su vocación es ser “aire de los cerros, brisa refrescante, agua viajera,  arena del desierto,  polvo del universo”. Nació para entender las arrugas de la cara que no son tales, sino “golpes impregnados de viento, peso de juventud acumulada”, nació para decirle a la mujer amada: “Quiero recorrer el océano de tu piel/ navegar todos tus mares”,  para cantar la amada que retoza encima de su pecho, y descubrir que amar tiene algo  de hechizo y el poeta es el mago de la realidad o cuando menos su amante, el que la “sigue en tarde soleada de verano”, como a la luz del sol y a su reflejo, el lenguaje, con sus palabras que se maquillan a la luz de la luna, frente a la playa, se pintan en su entarimado de plata danzando por la orilla del mar…
Esta es la realidad y en ella están  perfumes de la noche que no se pueden olvidar, un maestro que evoca sus amores para decirle a cada cual: “sé feliz con los oros que llevas dentro”, y en la que le pedimos lo mismo, que continúe escribiendo para darnos “los oros que lleva dentro”, no como quien tuviera la moneda “con que se compra la vida”, sino las palabras más bellas que han quedado reprimidas, o aquellas a quien el sistema ha sepultado para permitir que aflore la fealdad dela vida. Las que nombra el poeta como: “Palabras maniatadas/dormidas en el baúl,/ esperan ser despertadas/como en cuentos de hadas/ por un príncipe azul”. Aquellas que finalmente constituyen su poesía, de las que sigue él diciendo: “Palabras, bellas palabras/ no queden en el olvido, / y embellezcan al mundo/ cruel donde vivimos”. Porque creemos en sus palabras que irán como una bendición por el mundo, le pedimos que siga comunicándonos su mensaje a través de ellas, para que haga verdad el superior adagio que interpreta: “Nos dejamos educar, de aquellos que nos aman”.

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