martes, 24 de enero de 2012

JORGE CONTRERAS, POESÍA EN LA ALTA CONFIANZA

Reseña al poemario de Jorge Contreras Herrera, Inventario de Caricias, Editorial Fridaura,fridarte@hotmail.com, (Col. Los libros del Salmón), Portada: ”La Virgen Rota”, de Danthe Loyola, prólogo de Guillermo Vega Zaragoza y Diseño Editorial de Juan Carlos Valdovinos, 2011.

Momentos gratos de la poesía son los que nos acercan  a una comunión en el amor. Después de todo, el amor, tan humillado, acaso despreciado por las extravagancias de la vida moderna, siempre ha estado ahí y es, al final del día, lo único que nos mantiene vivos. Un poeta que ama es un pilar que convoca, un faro que alumbra, que da cita. Un autor tan intenso como James Joyce pudo afirmar: “acompañadme, acompañadme/ todos los que aman”. (Música de Cámara #10).


Es en este impulso convocante donde yo ubicaría la poesía de Jorge Contreras, autor de: ¿Quién Soy Otro sino Tú? y Poemas del Candor, ambos con Editorial Fridaura, publicado en las Antologías: El sol desmantelado W. H Auden, revisitado; Borrachos fest Homenaje a Bukowski; Un mundo y aparte; Bukowski a quince años de su muerte y algunas más en México y el extranjero. Colaborador en la gaceta Los hijos del alebrije; sus poemas han sido musicalizados por Enrique Ramírez Cipactli en blues y jazz y en música electrónica por Juan Carlos Sosa Montiel. Organizador de Encuentros de Poetas como el de Isla Mujeres, en cuya edición 2011, yo le conocí.
El momento en que vi entrar a Jorge al Festival, no lo olvido ya que fue justamente una mañana tirando a mediodía, en la versión 2011 del World Festival of Poetry, cuando la luz en la Isla se acrecentaba después de una amenaza fugaz de que nos alcanzara el huracán “Rina”. Pero no, el que nos alcanzó fue Jorge Contreras, su poesía corrió pareja al avance del día, y elevó las conciencias como ese verso suyo que establece: “Nos levanta la garra que sostiene el corazón”.

Un modo de instalarse en la poesía es por la caricia. Acariciar es una virtud que se ha perdido en la vida moderna. Ante la prisa, el estupor y la angustia de la sobrevivencia, ¿quién osa perpetrar una caricia? Dice Vega Zaragoza en el prólogo del poemario de Jorge que hoy nos ocupa: Inventario de caricias, “los versos de Jorge son casi caricias”. Cuánto en común tienen, -gracias Vega Zaragoza- la poesía y la caricia. En todo el que vive y sueña late a querer o no, una profunda profesión de fe, una vis formativa, una razón de amor. Lo más que puede hacer el poeta es una caricia a su lengua materna, en la palabra aprendida a pulso, confiando en que el futuro la haga universal. “Vivimos, dice Jorge, miramos el mundo a través del poema/ y la poesía nos sonríe y abraza”.

En alguna parte de la rica doctrina materialista (¡qué contrasentido aparente!) se llega a demostrar que la evolución del signo evocativo en el cerebro, se dio ligada a la evolución del movimiento de mano, tallar, frotar, este trayecto silencioso acompañó el poder de imaginar lo ausente, aún hoy, cuánto podemos evocar al instante de forjar en piedra, una figura, como en el blanco de la página, un poema. Contrariamente a esta confianza, hay un saber macabro, el “Saber del inconstante”, el del amante que se acostumbra a pensar en el otro como una ausencia. Todo se muda o cambia en el amor: “A dónde vamos, si a cada instante somos otros”, se pregunta el poeta. Si Valery apuntaba: “¿Qué devienes, momento de dorado éxtasis?”, el poeta de la caricia, Jorge Contreras cuenta: “Hoy amé a mi mujer con el tiempo detenido”, y nos lleva al orgasmo, poéticamente: “el orgasmo vino caído en gotas, lentamente expandido/  palpable incluso en la mirada, en el aliento que florece/ en la piel que se estremece en insondable placer”. Escribe porque está vivo, por necesidad de salvar a su amada, del olvido. Su “nosotros”, es aquel “nosotros, que no somos sin el otro”.

Escribe, consagra el cuerpo, es un enamorado de la respiración en ascenso, llega al sexo por impulso y la ternura lo envuelve hasta el punto en que expresa: “…todo, lo que podamos decir/ lo dicen nuestros cuerpos”, esto es: cree en el milagro, en el ritual de celebrar el sexo, algo que tantas veces se olvida y sólo puede hacerse entre dos: “Consagramos el cuerpo,/ hacemos el milagro/ el fuego nuevo, ha nacido”. Hay un rumor que toca el fondo de las cosas. Hay un champagne que toca el fondo de las copas. Es un murmullo líquido que el poeta escucha:  “Champagne, onomatopeya de las copas al brindar contentas/ -champagne-/ se queda trémula la vibración del cristal en los labios al pronunciar champagne”.
El sabe oír estas cosas, qué delicia para el ser amado, ser amado así:  “Las míticas sirenas cantan en las burbujas del champagne su canto de amor y nosotros nos miramos a los ojos y lentamente los labios / con el champagne cantando efervescencias/ nos bebemos”.
A la poesía le es dado el secreto de contar el camino que va de lo sensual, a lo erótico y esto es precisamente un ritual: “Mi saliva danza en la punta de la lengua,/ inicia el ritual alrededor de tus pezones”. En un momento del saber poético, surge un rescate de luz, es posible que sea la dignidad de amar: “vigilo tu sueño, me enredo a tu cuerpo y a tu alma./ Ya no hay lugar al que no haya llegado”.
Si Neruda dice que la memoria va quedando viuda por cada día de esta vida, el poeta Contreras se enluta por cada beso que se ha ido y en torno suyo prende una fogata: la patria verdadera de su lumbre , sabe muy bien qué hacer con el desprecio de alguna mujer a quien augura: “Tahúr de tus desprecios/ barajo tu sonrisa y tu recuerdo/ y reparto entre promesas/ la última mesa de juego// con la capa caída/ de mis ojos en tu vestido,/ tuerzo mi sonrisa/ y elevo mi albur/ como una libación a tu desprecio”.
 Y es que el amante sabe, según Propercio, cuándo morirá y de qué muerte. Es nuestra soledad la que “se multiplica y se divide/ como un espejo roto que nadie se atreve a levantar/ y nadie puede ya unir”. Es esa soledad que hace decir a Darío: “se me rompe en un fracaso de cristales”. Y a la que Jorge abona: “No quiero en mi mirada la mirada/ de quien ha perdido el alma”. Amar el alma, es prodigar la fuerza del perdón, decir como el poeta, no importa, pero de cierto, “sabes,/ quisieras ignorarlo/ que sólo yo puedo/ hacerle el amor a tu alma/ y dejarte temblando/ durante algunos años”.
La poesía se las arregla sola para “subir o sublimarse”. Esta poesía es del viento. Tiene que ser del viento. “El viento es el aliento de un Dios para una Diosa/ algo lleva en su Verbo/ y sé que es poesía…” Poesía que ilumina a los que aman, y enseña cómo amar. Su cometido es “hacer el amor, nombrarlo, crearlo y ponerle nombre nuevo”. El poeta como maestro, es el alumno que supera al maestro. Hablar con la pareja es otra forma sutil de hacer el amor: “Ahora que sin hablarnos nos entendemos”. Cuántas personas, creo que la mayoría de las personas, hemos perdido la capacidad de escuchar. Se nos olvida que “el cielo y la tierra pasarán”, que estamos de paso y hemos venido al fin para decirnos adiós, así “callados con nuestra fe en las manos/ en silencio con esperanzas mordiéndonos los labios/ nos damos la espalda y cargando nuestras nostalgias/ calladamente, sin querer irnos,/ sin querer decir adiós/ irremediablemente, / nos vamos.”
Como en el Anábasis de Perse, como en la retirada de los diez mil, nosotros nos iremos, nos vamos, de ahí la bendición de esta poesía que desemboca en verde caminata por el bosque, del verde “encantadoramente poderoso”, de la única manera digna de avanzar por el mundo, que es “volviendo al Ser que nunca ha dejado de Ser”.

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