Reseña al libro: Corrupción de la gema de la cordura, de José Miguel Lecumberri, con
diseño de Danton Soren, Editorial Verso Destierro, México, 2011.
Una de las formas de hacer poesía, es hacerla a propósito de ella misma. Las versiones que trascienden cuando se hace literatura con literatura, son aquellas que en principio respetan el ritual de que no haya confusión posible, algo que no se puede hacer sin humildad. En un segundo piso de este plano creativo, habrá que preferir la belleza ante la vanidad de la firma. La voz del pueblo ante la vanidad de un arte individual. Alguien firma al final. Pero la gente quiere que firme, quien abraza el reto y lo merece. Sólo entonces estalla el aplauso total reservado a quien el lector intuye su maestro, su guía.
Hoy presentamos un poeta José
Miguel Lecumberri, que toma el compromiso de partir no únicamente de algo
poético, sino de algo que otros autores han establecido como tal. Por eso atrapa
este poemario-homenaje a Alejandra Pizarnik, con su Extracción de la piedra de la locura
, título del cual deriva : Corrupción de
la gema de la cordura. De hecho, el
título tampoco es original de Alejandra, sino de una operación de trepanación
que llegó a practicarse en la edad Media, y es tema de uno de los llamados
“versos rederikfer”, “la piedra oculta bajo el chichón expuesto”. Hay un cuadro
de El Bosco, y otro del maestro flamenco del Renacimiento nórdico, Jan Sanders
van Hemessen, admirados con dicho tema
en el Museo del Prado de Madrid. En el primero, un charlatán busca extraer la
piedra de la cabeza de una persona que mira hacia nosotros, el público, la
humanidad, las generaciones que vienen y van, creyendo que la locura hay que
extirpar de la frente; el falso médico, extrae un tulipán. El cuadro es como un
espejo que arroja al mundo su ingenuidad, con una súplica al margen que reza: “Maestro,
extráigame la piedra”, firmado por un personaje de tal modo satírico en la
literatura holandesa, que es como si lo firmara: “yo, el tonto”. Además hay un
fraile con un vino y una monja con un libro en la cabeza que podía ser La
Biblia o el libro de los conjuros de las brujas, y esto era darle voz al
reformismo de Flandes que defendía la comunión directa con Dios sin atorarse en
la iglesia. Lecumberri, poeta joven del mundo real asimila asimismo el cuento
de Borges donde tenemos el consejo al verdadero maestro, que es aquel que elige
con matemática precisión al alumno, y el consejo consiste en que, si el maestro
intuye obscuridad en su alumno, deberá ocultar su gema porque el saber corre
peligro y podría no transmitirse adecuadamente. Entonces, lo que el maestro
debe de hacer es fingir ignorancia, quemar una rosa y no volver a ensayar su
mágica resurrección… Este maestro es Paracelso, el alquimista suizo del
Renacimiento, que pensó la imaginación como una fuerza corpórea y experimentó
en el homúnculo, la creación de un nuevo ser humano en el laboratorio
alquímico.
Según esto, en palabras de
Paracelso, el maestro: “El camino es la Piedra, el punto de partida es la
Piedra”. ¿De qué modo haya influido esto al poeta Lecumberri? Yo le diría, allá
tú, si te juntas con aquella gente que ha tratado de extraer la locura o
corromper tu cordura. No respondo si te juntas con tales amistades.
Es dentro de este marco de
extracción de locura o corrupción de cordura, que Lecumberri conocedor a fondo
del interior de los claros de luna, cita locuciones como el aforismo: “La
locura es el temor del que no puede con la vida”. Nos habla del hastío de
Hedoné, sabemos que de ahí esta derivado el vocablo hedonista, nombre de la
filosofía que reconoce como lo principal del mundo el placer, esta filosofía es
el hedonismo, la lectura poética es que hay un moderno hedonismo, un mundo que
se quiere light, y que “en el vuelo lleva su propia caída”, “la lujuria de las
ideologías”. Se vive en una realidad entre sombras, el poeta utiliza verbos de
tiniebla, como “Esqueleto tu alma”, o
“tintinea neón un motel”. Sigue una cierta técnica de sabotaje calculado
de datos culturales normalmente admitidos como bellos, y esto abarca a la
metáfora porque hay como un impulso de dar “en la torre” a la metáfora, bien explorado
en construcciones artísticas que fueron de vanguardias como el dodecafonismo de
Schöenberg en planos musicales, por ejemplo cuando va perfilando: “la noche se
ensancha como una marea”. También cuenta una historia, los amantes buscan en la
noche un motel, sabemos que la pareja que va a darse su amor, llega a un
motel y los va persiguiendo una sirena, un ulular, cito:
“esquizofrénicas jaurías que aúllan los nombres prohibidos de la justicia”,
pero aquí, piensan los amantes, “aquí no vendrán a buscarnos, no aquí…” Y se da
el encuentro: “Tu cuerpo se desprende de su soledad como el resplandor de un
lúgubre planeta”, ocurre la caída de la ropa, pero la gema se corrompe, “…tras
quitarte la ropa te sumergiste en las sábanas como si fueras la hija de un
ángel y una serpiente”. Es decir, se ha logrado el amor pero este amor es una
gema que se corrompe, cito: “En algún lugar una terrible descompostura usa
nuestra respiración”, que demuestra comprender bien la clave de algo tan cierto
y tan buscado por quienes desean salir de las crisis, y es tan simple como que
el pensamiento es una máquina, le damos órdenes y al respirar las órdenes se
cumplen automáticamente pero lo que ordenamos, casi sin darnos cuenta es
nuestra destrucción, en el silencio inmaculado de la anhelada traición”. Al
calificar una traición de “anhelada”, entramos a los dominios de la perfidia,
nótese que no es la traición por la traición, por causas que podríamos decir de
fuerza mayor, sino la traición por ganas de traicionar, o sea la perfidia, el
“efecto mafia”: el dolo.
Esta técnica de contra ataque, de
dar en la torre, se ve en una preciosa metáfora efectista que personaliza: “mi
corazón resiste las caricias del mar”, pero luego encarcela: “Del mar enterrado
en tu mirada”, con lo que deja frío lo anterior y nos traslada de un mar vivo,
a un mar cuya gema se corrompe, un mar muerto.
La corrupción de la gema, es una
voz que huye, un amor que se va, quedando a decir del poeta “como un antiguo
salón de caza que tu voz hubiere abandonado para siempre”. De todos modos, se
vive, este vivir es una gema, un, cito: “flujo carmesí en la plaza de flores
que ahoga nuestros sentidos”. ¿Qué es nuestra lengua en medio de toda esta
hojarasca? Así lo dice el poeta: “nuestra lengua en la hojarasca no es sino el
pabilo ardiente predestinado a las cenizas”.
Es la belleza lo que se está corrompiendo. La existencia es, con el
poeta, “el lugar donde la rosa dejó caer sus pétalos”. Pero la vida vale por un
instante, “hay un instante del amor que será siempre cáliz para los labios de
un dios obsceno”. Es así como hay que
leer este libro del poeta Lecumberri, y esta vida, como una obstinación donde se pudre un nosotros no nato, ángel
perdido en la belleza de su corrupción”. Por eso el poeta escribe haciendo
suyo por comunidad de intención y en homenaje lo que otros han dicho, o
escribiendo arriba, abajo o al margen del manuscrito anterior.
Sólo en voces como la suya
podemos sentir la imagen de la belleza que se pudre, y huye por las cenizas de la hoguera, en un
triunfo y un fracaso que no es de uno, es de todos, a todos nos envuelve y al
poeta lo nombra su heredero. El lo percibe ante la ausencia del ser amado, y
exclama: “… es tu ausencia el manuscrito en que la soledad me nombra su
heredero”.
El Descendimiento que él ve, es
“la tramoya del infinito/ nacida de los labios que han sido/ la respiración del
crepúsculo/ tendida en la piedad,….”
“La palabra gotea misterios”. “Hay silencios
que recorren/ las palabras como un vía crucis,/ donde lo que se dice, cae, y en
el lodo/ se confunde con el cuerpo/ momificado de un arrepentimiento”. El
espíritu es: “la compasión liada en nuestras ruinas”. En “El conjuro” hace la
técnica del “cadáver exquisito”, como conjuro
maléfico ante el cual “se extiende la oscuridad como organismo vencedor”.
La noción de Finisterre le va bien al poeta se acomoda a sus fines, la memoria
es una sombra lanzada al laberinto una
vez que ha caído la noche y dice a su pareja: “Esto es amor/ la materia del
recuerdo/ el veneno en que a diario te bebo”.
Al final, el poeta bebe algo
bueno y malo, bonito y feo, sucio y limpio. No está comprobado que su bebida
sea como él dice, es muy arriesgado beber así, a nadie se le pide que lo haga,
trata de beber al Cristo desde un ángulo pérfido, hay que decirlo, yo le diría
al poeta no te preocupes, a Cristo se lo han bebido de todos modos, y siempre
hay una gema que se corrompe, y un Cristo que resucita.
LECUMBERRI,
EL JOVEN POETA DE LO POÉTICO
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