Es en este impulso convocante donde yo ubicaría la
poesía de Jorge Contreras, autor de: ¿Quién
Soy Otro sino Tú? y Poemas del Candor,
ambos con Editorial Fridaura, publicado en las Antologías: El sol desmantelado W. H Auden, revisitado; Borrachos fest Homenaje a
Bukowski; Un mundo y aparte; Bukowski a quince años de su muerte y algunas
más en México y el extranjero. Colaborador en la gaceta Los hijos del alebrije; sus poemas han sido musicalizados por
Enrique Ramírez Cipactli en blues y jazz y en música electrónica por Juan
Carlos Sosa Montiel. Organizador de Encuentros de Poetas como el de Isla
Mujeres, en cuya edición 2011, yo le conocí.
El momento en que vi entrar a Jorge al Festival, no
lo olvido ya que fue justamente una mañana tirando a mediodía, en la versión
2011 del World Festival of Poetry, cuando
la luz en la Isla se acrecentaba después de una amenaza fugaz de que nos
alcanzara el huracán “Rina”. Pero no, el que nos alcanzó fue Jorge Contreras, su
poesía corrió pareja al avance del día, y elevó las conciencias como ese verso
suyo que establece: “Nos levanta la garra que sostiene el corazón”.
Un modo de instalarse en la poesía es por la
caricia. Acariciar es una virtud que se ha perdido en la vida moderna. Ante la
prisa, el estupor y la angustia de la sobrevivencia, ¿quién osa perpetrar una
caricia? Dice Vega Zaragoza en el prólogo del poemario de Jorge que hoy nos
ocupa: Inventario de caricias, “los versos de Jorge son casi caricias”.
Cuánto en común tienen, -gracias Vega Zaragoza- la poesía y la caricia. En todo
el que vive y sueña late a querer o no, una profunda profesión de fe, una vis
formativa, una razón de amor. Lo más que puede hacer el poeta es una caricia a
su lengua materna, en la palabra aprendida a pulso, confiando en que el futuro
la haga universal. “Vivimos, dice Jorge, miramos el mundo a través del poema/ y
la poesía nos sonríe y abraza”.
En alguna parte de la rica doctrina materialista
(¡qué contrasentido aparente!) se llega a demostrar que la evolución del signo
evocativo en el cerebro, se dio ligada a la evolución del movimiento de mano,
tallar, frotar, este trayecto silencioso acompañó el poder de imaginar lo
ausente, aún hoy, cuánto podemos evocar al instante de forjar en piedra, una
figura, como en el blanco de la página, un poema. Contrariamente a esta
confianza, hay un saber macabro, el “Saber del inconstante”, el del amante que
se acostumbra a pensar en el otro como una ausencia. Todo se muda o cambia en
el amor: “A dónde vamos, si a cada instante somos otros”, se pregunta el poeta.
Si Valery apuntaba: “¿Qué devienes, momento de dorado éxtasis?”, el poeta de la
caricia, Jorge Contreras cuenta: “Hoy amé a mi mujer con el tiempo detenido”, y
nos lleva al orgasmo, poéticamente: “el orgasmo vino caído en gotas, lentamente
expandido/ palpable incluso en la
mirada, en el aliento que florece/ en la piel que se estremece en insondable
placer”. Escribe porque está vivo, por necesidad de salvar a su amada, del
olvido. Su “nosotros”, es aquel “nosotros, que no somos sin el otro”.
Escribe, consagra
el cuerpo, es un enamorado de la respiración en ascenso, llega al sexo por
impulso y la ternura lo envuelve hasta el punto en que expresa: “…todo, lo que
podamos decir/ lo dicen nuestros cuerpos”, esto es: cree en el milagro, en el
ritual de celebrar el sexo, algo que tantas veces se olvida y sólo puede
hacerse entre dos: “Consagramos el cuerpo,/ hacemos el milagro/ el fuego nuevo,
ha nacido”. Hay un rumor que toca el fondo de las cosas. Hay un champagne que
toca el fondo de las copas. Es un murmullo líquido que el poeta escucha: “Champagne, onomatopeya de las copas al
brindar contentas/ -champagne-/ se queda trémula la vibración del cristal en
los labios al pronunciar champagne”.
El sabe oír estas cosas, qué delicia para el ser
amado, ser amado así: “Las míticas
sirenas cantan en las burbujas del champagne su canto de amor y nosotros nos
miramos a los ojos y lentamente los labios / con el champagne cantando efervescencias/
nos bebemos”.
A la poesía le es dado el secreto de contar el
camino que va de lo sensual, a lo erótico y esto es precisamente un ritual: “Mi
saliva danza en la punta de la lengua,/ inicia el ritual alrededor de tus
pezones”. En un momento del saber poético, surge un rescate de luz, es posible
que sea la dignidad de amar: “vigilo tu sueño, me enredo a tu cuerpo y a tu
alma./ Ya no hay lugar al que no haya llegado”.
Si Neruda dice que la memoria va quedando viuda por
cada día de esta vida, el poeta Contreras se enluta por cada beso que se ha ido
y en torno suyo prende una fogata: la
patria verdadera de su lumbre , sabe muy bien qué hacer con el desprecio de
alguna mujer a quien augura: “Tahúr de tus desprecios/ barajo tu sonrisa y tu
recuerdo/ y reparto entre promesas/ la última mesa de juego// con la capa
caída/ de mis ojos en tu vestido,/ tuerzo mi sonrisa/ y elevo mi albur/ como
una libación a tu desprecio”.
La poesía se las arregla sola para “subir o
sublimarse”. Esta poesía es del viento. Tiene que ser del viento. “El viento es
el aliento de un Dios para una Diosa/ algo lleva en su Verbo/ y sé que es
poesía…” Poesía que ilumina a los que aman, y enseña cómo amar. Su cometido es
“hacer el amor, nombrarlo, crearlo y ponerle nombre nuevo”. El poeta como
maestro, es el alumno que supera al maestro. Hablar con la pareja es otra forma
sutil de hacer el amor: “Ahora que sin hablarnos nos entendemos”. Cuántas
personas, creo que la mayoría de las personas, hemos perdido la capacidad de
escuchar. Se nos olvida que “el cielo y la tierra pasarán”, que estamos de paso
y hemos venido al fin para decirnos adiós, así “callados con nuestra fe en las
manos/ en silencio con esperanzas mordiéndonos los labios/ nos damos la espalda
y cargando nuestras nostalgias/ calladamente, sin querer irnos,/ sin querer
decir adiós/ irremediablemente, / nos vamos.”
Como en el Anábasis de Perse, como en la retirada
de los diez mil, nosotros nos iremos, nos vamos, de ahí la bendición de esta
poesía que desemboca en verde caminata por el bosque, del verde “encantadoramente poderoso”, de la única manera
digna de avanzar por el mundo, que es “volviendo al Ser que nunca ha dejado de
Ser”.