domingo, 12 de febrero de 2012

MUJERES DEL NUEVO Y VIEJO MUNDO: LA POESÍA DE ARTEMIO RÍOS RIVERA

MUJERES DEL NUEVO Y VIEJO MUNDO
Reseña poética al libro de Artemio Ríos Rivera, Mujeres del nuevo y viejo mundo, ed. VersodestierrO, Poesía para evolucionarte y ser, www.versodestierro.com, (Col. Expreso #13), México, 2011.

Atraído por el magnetismo en la mujer, el poeta abunda en sus privilegios sin hacer concesiones al imaginario colectivo tradicional que a veces la cela, la envuelve en alabanzas y luego se ríe de ella, sino que comete el pecado, el dulce pecado de tomarla en serio. Por eso su poesía está decantada, como “palabra filtrada –a decir del poeta- en medio de las rocas”.  

 En la sección: “Mujeres del viejo mundo”, va por la Femme Rouge, mas desde su primer acercamiento se hunde con ella en la ternura que de alguna manera representa en la mujer-eternidad, en la mujer sentimiento, y propone así:
 
 
En el silencio de su música interna

la ensimismada infanta

vuela


Hay algo que no dice la palabra “ternura”. Lo dice este poema y los invito a examinarlo conmigo: “Te veo alejar/ aunque nunca te marches, /(ingenuo amor) incertidumbre firme, púber mirada/ en borrascoso puerto/ te dejo/ sin volver”. A partir de aquí se perfila, no como el burlador o el don juan, sino como el humano que en “Graffiti” escribe: “Marco un territorio/ mas no me pertenece”. Un limpio conocimiento amoroso, diría yo con licencia de la psicología en aras de la crítica. No sé si llamarlo un recto conocimiento amoroso, o como expresa Mirna Romero en el prólogo, sea “el amor que los santos presencian”, sólo sé que es limpio por contraste a esa otra forma de referirse a la mujer como una diosa de dientes para afuera, sin estar nunca a la altura de ella, por más que se le haga música y se la empariente con el sol y demás dioses, porque la mujer así invocada en calidad de diosa corre el riesgo de volverse odiosa, aun para ella misma, excepto para el poeta que lo único que así cree conseguir, es dejar clara su preferencia, como quien dice “eres lo máximo”, ahora sí que darle “la suave”. Esto ocurre cuando se traslada a la experiencia amorosa una carga de inseguridad total y no se puede asumir la invitación a la suerte de irracionalidad “racional” a que convida su cuerpo desnudo. El poeta que hoy nos ocupa, Artemio Ríos Rivera, reconoce por el contrario, que no es el hecho mismo de estar disfrutando a una mujer lo que la vuelve tuya, por eso en otra parte del poemario cita un poderoso epígrafe de Borges: “Después de un tiempo,/ uno aprende la sutil diferencia/ entre sostener una mano/ y encadenar un alma”. Yo podría parar aquí mi reseña para decir: esos son hombres. No los que alaban de dientes para afuera a fin de obtener el favor de una mujer y encadenarla suavemente para volverla su incondicional, como si fuera un disco de Luis Miguel, o una telenovela pasada en un México en la noche, donde dos o tres galanes pelean por ella. Sino que nuestro poeta procura hacer suya a la mujer humanamente, y lo humano señores, es pregunta, aliento y con frecuencia es también una lágrima. “Amar es caminar sin palabras, sin demonio y sin Dios”, propone el poeta, como recuerda en su prefacio con tiento Víctor M Muñoz. Por eso en su poemario el autor conoce la cortesía de registrar: “…no soy el convocado/ lo sé, no me lo digas/ no es a mí al que llamas/ aunque soy al que incendias”. Se vive la vocación de la sangre que va de la festiva fraternidad al silencioso hervor de una sangre apasionada que apenas asoma por la rendija de una sonrisa/ de un apretón de manos”. Así entendida la labor del poeta no puede detenerse, hasta lograr, como establece Porfirio García Trejo en la cuarta de forros, “que una brizna de poesía penetre en el mundo y fructifique”.

Impulsado por el poder de esta poesía me atrevería a lanzar otra flecha, esta vez religiosa, no sin antes implorar de rodillas la no excomunión. Una cosa es que la madre de Dios haya podido concebir sin cópula, sin pecado, respetable dogma de la religión católica, y otra muy distinta y nada absurda, que no está en parte alguna de la Sagrada Escritura, de que no se haya divertido enormemente con el Espíritu Santo. Decía Gutiérrez Nájera con otras palabras que la noción de la Virgen de Guadalupe es la gran aportación de México al mundo, del pueblo mexicano al catolicismo universal, y algo que me ha valido la pena de estar en esta vida, es para ver frecuentemente el rostro de la Virgen de Guadalupe. No es un cumplido, ni un formulismo, es simple humildad de esperanza metafórica de que haya un misterio, el que ve muy seguido esa cara se enamora de ella. Ojalá y fuera sólo un cumplido. Es más que eso, es como un “Desafío ante el espejo”, para citar el nombre de otro de sus poemas, abrazado a un epígrafe de Juan Carlos Onetti: “Un hombre con fe es más peligroso/ que una bestia con hambre”. Ya cuando el poeta empieza a agrupar sus asociaciones bajo determinados nombres de mujer, recordé otro intento, muy válido, muy de tenerse en cuenta, dentro de lo poético, en el afortunado título de Víctor Roura: Nombres con mujer adentro. Cada nombre de mujer encierra una riqueza de evocación, de posibilidad de exploración de la vida y de la muerte. Lo que el poeta encierra bajo los nombres de Rosario, Rocío, son cosas que sería imposible de pensarse por ejemplo, bajo el nombre de Roberto. Le dice francamente a Nuestra Señora del Carmen: “Nada fuera de ti/ mi continente, tú/ también mi contenido.// No hay fronteras/ sin embargo/ respiro…” Vemos poesía en los nombres al hablar de Esperanza, cómo crece “a pesar del cielo turbio”,

Hay un amable componente erótico, mas divertido, como de muchacho travieso, cuando dice a Consuelo: “Tu mano me concentra por arcos y tejados”, de ahí que la llame a ella su “Lazarillo de la soledad”. Y hablando de manos aprovecha el epígrafe de Benedetti: “Tus manos son mi caricia/ mis acordes cotidianos”. A María le ha dicho ya: “Soy instante (la chispa muere al emanar la luz)/ María (Madre del cuerpo que me habita) María/ fecunda mis caricias sin transgredir/ el credo de tu nombre”. En esto del Credo no es tan creyente “on line”, según creo adivinar que coincide conmigo el oportuno presentador Arturo Alvar al otro extremo de la mesa. No es ésta una poesía de inspiración en línea y control digital. Pero sí busca salvarse. La idea de salvarse en un nombre de mujer lo sigue hasta el Naufragio: “En el mar/ muerto de cansancio/ rojo de incandescente luz/ mar que cela/ Marcela”. Juega con los “nombres con mujer adentro”: “Mar, de cortés la insolencia/ inclino la mirada ante tu cuerpo/ de atlántica altivez/ sal y mar/ de agua y mar/ mar y mar…”

No falta el verso de corte clásico que abarca en su candor la condición humana: “La indiferencia cruza la Gran Vía”, o el alejandrino lanzado a la mujer del puerto: “casi como novela te pusiste en mi mano”. No falta el vuelo lírico en: “Déjame como el viento recorrerte,/ besar todos los pulmones de tu cuerpo/ en rito cotidiano imperceptible”. Hay poemas escritos como lo expresa la sección que los nombra: “Mirando al Océano”. O en el puerto urbano que no admite un rasero más allá de lo físico, ya que ahí es el dinero quien impone su ley, el poeta se vacía en centro nocturno, el tiempo se acumula en sus articulaciones y hasta la hombría yace olvidada, dice él, entre las piernas, un objeto en el lugar donde la histeria prende sus luces, y él, que se rehúsa a jugar, recogerse en la contemplación de la Isla, acaba por caer en el juego del rencuentro de la persona cuyo nombre ha perdido en la marea del destino, el sabor de su nombre se le va de la voz pero la piensa, la siente, con esa sensación del musgo a quien ha herido con su “aguijón de vida”, y en ese discurrir dialógico, se dice a sí mismo:  “Sin palabras conoces su cintura/ sin el carnet de paso/ o huella en el asfalto… Olvidarás el nombre/ luminoso vocablo impronunciable/ no importa… Puedes callar el nombre/ pero gritas/ el destello brutal/ del cálido borbotón/ entre los labios”. El poema “Amor Marino”, lo dedica al puerto de Veracruz, “inmensidad azul/ frente al neón fosforescente”, mas la metáfora se siente en que halla un puerto demasiado propenso al tráfico nacional e internacional de mercancías, como también ocurre, hay que decirlo, con ciertas mujeres…

En el poema “A mar pasivo”, podemos pensar en el Océano Atlántico, que no es tan bravo como el Pacífico pero tiene lo suyo. En la mujer equivaldría al “dejarse querer” y así lo invoca el poeta: “Despreocupada entrega/sin buscar/ en mi fuerza/ Ella está aquí/ se busca/ hasta encontrarse”. No hay una diferencia abismal entre mujeres del Viejo y Nuevo Mundo. Es una veta abierta que explorará el autor en futuras ediciones. Por el momento está la “Mujer del Imperio”, donde la suspicacia vence al amor con sus palabras-bruma.

En la sección de Pasiones del Nuevo Mundo, da su lugar a las “Capacidades diferentes”, hay un tributo al amor que toma por sorpresa y que quizás no siempre se atreve a decir su nombre, pero que reivindica el lenguaje por auténtica ley de reconocimiento poética: “múltiple mujer de ilimitadas limitaciones/ tu mirada taladra mi figura…/ conoce mis entrañas sin buscarlas/ traspasa/ va más allá/ me deja sin sonido/ sin valor/ relativamente vivo/ torpemente normal”. Es tocar la frontera entre lo peligrosamente “aprendido” y lo absolutamente normal, que deja temblando a las buenas conciencias.

Sólo la Madre Tierra pudo hacer todo esto, “moldear el barro, amasar la arcilla de un corazón y hacerla flor, sonido, palabra, música, movimiento, y en esa voluntad de redención elige al poema para ser testigo del frotar de los cuerpos que hacen energía/ que producen como un chispazo salvador, la luz”. En nombre de ella expresa la voz del poeta a su madre física: “Algo más que un cordón me unió a ti”.
Cuán helada es la duda de que entienda el común de las mujeres esta forma de amar. Por eso atisba el poeta: “Mujer ruta del alba/ nos descubrimos tarde y a lo lejos”. Sin perderle la pista reflexiona: “Mi mano quiere dibujarte,/escapas…” Acaso por ello elija como puerto seguro de su marcha triunfal, una visita a la mitología, revisando figuras como Edipo y Penélope, al amor-fundación, del que se siguen todos. Canta a la madre-pueblo, “podría decir tu nombre mas le temo al poder de la etiqueta”. A la mujer total le reconoce: “De ti tengo mis símbolos”. Son los lugares que reconocemos nuestros, pero no son nuestros lugares comunes. “Narciso está en la escolta/ da órdenes/ marcha/ hace la conversión/ da paso de costado/ rompe filas y regresa al salón”, escribe el poeta, pero yo creo que podíamos añadir, más que al salón: “regresa al amor”.  En efecto, Narciso adonde vuelve es al amor, intenta siempre amar de esta manera y esto hay que verlo así, porque Narciso en este poema que nos toma de pretexto a nosotros, muere de cáncer, en tanto que el poeta lanza un poema “para aquellas mujeres que no acogió su pecho/ por temor/ por dolor/ por ese pinche credo/ por el remordimiento/ por el amor eterno”. Y es así que el poeta termina preguntando: “¿Por qué no amar en todos los recintos?”, y desarrolla un eje de amor extendido, bajo el dudoso nombre de “poligamia”, “rompamos soledades/ en la escuela/ en el templo/ hogar, palacio, metro, prostíbulo, autobús” y aun añade: /oficina/ o desierto, “si podemos odiarnos,/ eso ni duda cabe/ agredirnos, rompernos/ matarnos al instante… por qué no amar entonces/ aunque haya dualidad/ aunque seamos tres/ aunque seamos diez/ por qué no amar, por qué… con manos que se buscan/ con cuerpos que se tocan/ que no callen las bocas…” Y reclama: “Que se haga el amor/ como es el pensamiento/ Preciso, precioso, indómito, insurrecto…”

En algún punto de su poemario define una poética: “quisiera impresionar, no presionar”, desplegar hasta el cosmos mis ansias de poeta, mis manos de alfarero”.

Algo que sobresale de todo este libro: el autor dice y sabe, procurando elevar hasta donde es posible, su tono poético: “Somos demasiado pequeños para el amor. Amamos para acumular, para dominar. Pero pocas veces crecemos hacia la generosidad”. Vamos a repetirlo ahora mismo que la publicidad y el nuevo mundo vengan a recetarnos la frase, la tan trillada y abatida frase: Feliz Día del Amor y la Amistad.